Una cultura inútil
Con toda la relevancia que los medios tradicionales de comunicación del país le han dado a “wilson” el perro policía perdido en la selva. Se me ocurre pensar en los niños indígenas y qué habría sido de esos niños si hubieran sido, por ejemplo, los hijos de mi vecino. Quizá habrían muerto sólo de la impresión de ver a otros muertos.
¿Qué sabemos hacer en nuestra cultura occidental capitalista para enfrentar una situación real de supervivencia? No tardo mucho en darme cuenta que a pesar de los once años de escolarización formal, los otros tantos de profesionalización y los adicionales de postgrado no sabría distinguir una planta venenosa de una comestible o dónde está la estrella polar, no sabría seguir el vuelo de los pájaros o distinguir las especies, sus prácticas, su hábitat y no recuerdo haber aprendido manejo de las emociones en circunstancias de peligro extremo o algo similar.
¿Para qué nos educamos en está cultura? ¿Qué sabemos hacer para sobrevivir a ciencia cierta? Si cerraran los supermercados, si estallará la tercera guerra mundial, si por causa de una pandemia tuviéramos que dejar de producir y consumir masivamente (que es lo único que sabemos hacer) ¿Qué haríamos?
Hijos de un vasto y rico territorio tropical los colombianos podemos contarnos entre las culturas más inútil del planeta. Veneramos los autos último modelo, los viajes al extranjero, los trajes de gala de las estrellas de Hollywood, lo que cocinan los chefs de no sé dónde. Pero ni siquiera sabemos hacer nada de ello.
Nuestros ancestros sabían hacer sus casas, producían su alimento de forma orgánica y local, su ropa. Mantenían una relación de reciprocidad con el medio ambiente y según Carl Langebeak, arqueólogo colombiano especialista en el altiplano cundiboyacense, los Muiscas, en particular, se organizaban de forma tal que no tenían grandes imperios, ni organizaciones altamente jerarquizadas. Lo que es apenas razonable en función de conservar un cierto equilibrio con el medio ambiente y una mediana convivencia entre los individuos.
Una de las cosas que más admiro de la tierra en la que vivo (Boyacá) es su cultura agrícola y rural, aquí todavía se conserva el cultivo de los alimentos, el cuidado de los animales, la producción artesanal de telas, tejidos y utensilios en madera, fibras y arcilla. Y aunque las políticas neoliberales de libre mercado han, sin duda, afectado esta forma local de organización. Algunos sobreviven la hecatombe de la sobreproducción industrial y el consumo masivo.
Sin embargo, preocupa que los que podrían bien ser los herederos de estos aprendizajes hoy sueñan con terminar el bachillerato y viajar a las ciudades capitales, ser profesionales y buscar “una vida mejor”. No niego que, en efecto, la educación y la escuela pública salva vidas, sin embargo, parece que esta idea de la economía global está acabando con la posibilidad de supervivencia de los pequeños productores. Somos una gran mayoría de inútiles, no sabes hacer más que trabajos medios, de carácter administrativo, mentalidades mecánicas, poco recursivas.
Los creativos que hoy producen estas amplias infraestructuras educativas que llamamos universidades, en su mayoría son creadores de creaciones inútiles, una tacita con la cara de un panda, un lapicero con burbujitas. Los pequeños productores de zapatos y textiles luchan con una competencia de sobre producción extranjera que los aplasta sin miramientos o peor aún producen peones de las grandes industrias multinacionales y del Estado. Sabemos cumplir horarios, entregar informes, comprar en supermercados, alardear de nuestras compras de productos inútiles y ver televisión.
Cuánto más útil sería que los colombianos del futuro pudieran cultivar sus alimentos, construir sus propias casas, diseñar sus atuendos, criar a sus animales, conocer su entorno. Cuánto más útil para ellos y para el medio ambiente.
Fortaleza a esos
niños sobrevivientes de tantas desgracias. Dios quiera que ahora que han sido
desplazados violentamente de su territorio y perdido a su madre en un violento
accidente, puedan ocupar algún cupo en un colegio público de la ciudad y un día
ser felices operarios de alguna de las multinacionales de servicios que hoy
inundan el país.
Comentarios
Publicar un comentario